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Un edificio sin cerraduras para tres amigas que lo comparten todo: la insólita reforma de un bloque de viviendas de Carabanchel

El estudio de arquitectura BURR ha recuperado elementos característicos del barrio madrileño que se habían perdido, como las verjas verdes de las ventanas, y ha subvertido la proporción que suele haber entre espacios públicos y privados en las comunidades de vecinos

Las puertas que daban acceso a las distintas viviendas han sido sustituidas por otras que permiten entrar a cualquiera de las tres amigas. Solo hay que empujarlas.

Hasta que decidió si venderlo o no para irse a vivir a una residencia, la exdueña de este edificio de tres plantas en Carabanchel se entrevistó con todo tipo de posibles compradores, pero ninguno de los que conoció se parecía a quienes finalmente consiguieron que firmara su adiós a toda una vida en el barrio. La oferta vencedora no se la hizo una pareja de recién casados, ni un fondo especulador. María, Sira y Sato son tres buenas amigas: “Nos conocimos en 2006 en un colegio mayor de Madrid y desde entonces no nos hemos separado”, explican las nuevas propietarias. “La pandemia fue el momento decisorio. Después de haber compartido piso en varias casas sentimos la seguridad de querer comprometernos a largo plazo y vivir un futuro juntas. Una vida con amigas”.

Aunque por dentro el edificio parece otro, por fuera la reforma de BURR ha recuperado elementos característicos del Carabanchel de los años sesenta que se habían perdido como las verjas verdes de las ventanas y las terrazas.

Construido en los años sesenta, lo que en su día fue la tienda, el hogar de la anterior dueña y las casas de las familias a las que tenía alquiladas las dos plantas de arriba se convirtió hace unos meses en el trasunto adulto de aquel colegio mayor, una Arcadia de ladrillo donde la amistad sigue importando tanto como el amor o la familia. La reforma se la encargaron a los arquitectos de uno de los estudios más punteros de Madrid, BURR, muy conocidos precisamente por sus proyectos de hogares atípicos. En 2020, por ejemplo, quedaron finalistas de los Premios FAD con Pilarica, un proyecto de conversión de un antiguo almacén de maquinaria en un centro cultural con un espacio para vivienda. En Carabanchel hace poco también han reformado una nave industrial para el estudio de la artista Coco Dávez, mientras que en el proyecto NN06 transformaron una oficina en una casa con una instalación desmontable de muebles.

La cocina del bajo es la preferida de las dueñas para comer juntas. Las vigas del techo son uno de los elementos característicos de los proyectos de BURR.

“Nos gusta trabajar con gente que entiende lo doméstico como un espacio muy líquido y abierto”, afirma por teléfono el arquitecto Ramón Martínez, cofundador de BURR. “Una nave convertida en el taller de un escultor que también va a usarlo de vivienda o una casa diseñada para un grupo de amigas demuestran que la idea que se suele tener del hogar no tiene por qué ser tan rígida y cerrada como la que se vende desde el mercado inmobiliario, y que tan mal se adapta a veces a nuestros estilos de vida”.

En este caso, el intríngulis de la reforma consistía en convertir un bloque de varios pisos en una única vivienda que satisficiera las necesidades de tres amigas íntimas para las que, no obstante, conservar un mínimo de independencia era tan importante como estar juntas. El diseño de BURR subvirtió para ello la proporción que suele haber entre espacios públicos y privados en las comunidades de vecinos. La escalera de terrazo se ha convertido así en el espacio nuclear del edificio, y muchas de las barreras que separaban las vidas de unos vecinos y otros han desaparecido. De hecho, la única cerradura que hay ahora hay en todo el bloque es la de portal.

Para facilitar el acceso al nuevo patio el proyecto de BURR ha introducido una escalera de acceso desde el espacio de la escalera comunitaria.

“Al quedar relegadas a la mera función de dar acceso a las distintas plantas, zonas comunes como la escalera donde los vecinos podían relacionarse han ido convirtiéndose en espacios cada vez más desangelados. Queríamos que nuestro proyecto recuperara esa dimensión social. La proporción de un 20% y 80% entre espacios públicos y privados que suele haber en estos edificios se ha dado la vuelta y sus límites se han difuminado”, asegura Martínez.

En cada una de las dos plantas superiores, por ejemplo, se han abierto huecos a las cocinas de las antiguas viviendas para que se tenga acceso desde lo que era el descansillo. De esa manera, lo que era una zona de tránsito se ha convertido en un lugar donde reunirse. “De la cocina del primero sale una barra en la que nos gusta juntarnos para tomar café o unas cervezas”, dicen María, Sira y Sato. “El zapatero lo tenemos abajo en el portal, y como además compartimos la lavadora estamos todo el rato por la escalera, subiendo y bajando en zapatillas”.

En la escalera se han abierto unos óculos para incrementar la iluminación natural. “Tenemos la norma de no mirar dentro”, dicen las tres dueñas del edificio.

En la zona de la escalera también se han abierto unos óculos al salón de cada una de las plantas para incrementar la iluminación natural, y las puertas que daban acceso a los distintos pisos se han sustituido por otras pivotantes que permiten entrar a cualquiera que las empuje. “Todo es de las tres, pero para evitar sustos tenemos la norma de no mirar por los óculos y de llamar antes de entrar a la zona de cada una”.

Los dormitorios y los baños son los únicos espacios estrictamente privados que hay ahora en el edificio. Las amigas se los han repartido adjudicándose una planta cada una, pero su día a día fluye por todo el bloque. Así por ejemplo, suelen comer en la cocina de Sira porque es la más amplia y es a ésta a quien más le gusta cocinar de las tres, mientras que las películas y series las ven en el salón de María, que es realizadora audiovisual y lo tiene mejor equipado.

Los baños y dormitorios que hay en el bajo y las dos plantas superiores son los únicos espacios realmente privados del edificio.

“Cuando damos fiestas la que prefiere descansar o irse a la cama usa la última planta, que es donde menos ruido llega. Esto también es curioso: tenemos seis taburetes que vamos moviendo en función de lo que vayamos a hacer. Si por ejemplo damos una comida en el bajo estarán todos allí, pero puede que haya tres en el descansillo del primero porque hayamos desayunado en esa cocina o que haya uno solo en otra parte. Para saber lo que ha pasado en la casa solo hay que buscar los seis taburetes”.

Con ese propósito de ampliar los espacios comunes el proyecto de BURR también ha creado un patio, lo que junto a la azotea ya existente ha permitido que las amigas puedan disfrutar del aire libre. Según explica Martínez la planta baja se extendía antes hasta al límite de la parcela agotando toda la edificabilidad del bloque y este tipo de zona no existía, así que para crearlo hubo que demoler parcialmente la estructura que ocupaba esta planta.

Es el único cambio significativo que se ha hecho en la estructura original de un edificio que, por lo demás, no ha cambiado tanto con respecto a cuando fue construido, pues si bien su interior presenta el sello inconfundible de BURR (espacios serenos donde elementos industriales como las vigas de acero destacan con colores brillantes) el proyecto ha mantenido prácticamente inalterada la fachada.

En lo que era el descansillo de la primera y la segunda planta se han abierto unos huecos con acceso a la cocina donde ahora las tres amigas suelen tomar juntas el café.

Es más, BURR ha recuperado algunos elementos característicos del Carabanchel de los sesenta que se habían perdido, como las verjas verdes de las ventanas que tienen muchas otras casas del barrio.

Fue una decisión tanto estética como ética. “Una reforma que lo hubiera dejado todo completamente nuevo habría sido un precedente para llevar a cabo demoliciones innecesarias en otros edificio del barrio, y nosotros estamos en contra de eso. Al limitarla al interior creemos que hemos evitado un efecto llamada a otros proyectos que se acaben cargándose Carabanchel”, afirma Martínez, y sus palabras no retumban en el vacío: la oficina de BURR desde la que mantiene esta charla está emplazada en lo que fue (y sigue pareciendo) una nave de este barrio.

“¿Sabes? Sara, Sira y Sato mantienen buena relación con la anterior dueña del edificio y nos han dicho que un día que pasó por allí se emocionó mucho por los recuerdos que le vinieron al verlo. Puede que en un barrio como este la gentrificación sea imparable, pero no hay necesidad de reventar todo lo que ya existía. Lo nuevo se puede construir desde lo antiguo”.

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